“Hola a todos. El jueves 18 amanecía con mal tiempo en campo IV. Dudábamos si bajar, pues nevaba mucho y la visibilidad era mala. La previsión no era de mejora y tampoco nos apetecía estar más tiempo en el glaciar en esas condiciones. Hablamos con el equipo austriaco y decidimos formar una cordada fuerte de cinco y emprender el descenso. De esta forma, aumentábamos la seguridad. Sin dilación, empaquetamos todo, lo cargamos en dos pulcas y en las mochilas y emprendimos el descenso. La primera etapa hasta el campo III fue muy dura. Prácticamente íbamos abriendo huella, el temporal de nieve incomodaba mucho y el terreno de medias laderas y fuertes pendientes dificultaba la marcha con los trineos. Después de más de dos horas llegábamos al campo III. Allí, nos esperaba un depósito con más carga, nuestros esquís, comida y el tercer trineo. Debido a las fuertes nevadas nos llevo un buen rato y un buen esfuerzo el palear para desenterrar todo. Los austriacos hicieron lo propio con su depósito y ya con cinco trineos, reemprendimos la marcha. El terreno a partir de aquí es menos abrupto, pero la carga mas pesada, y además conforme descendíamos en el glaciar el riesgo de caer en una grieta era mayor, por lo que había que aumentar la precaución. El accidente del día anterior de la expedición malagueña nos recordaba que no podíamos relajarnos.
Tras largas horas de caminar llegábamos al campo I. El tiempo había mejorado, a estas alturas ya no nevaba, pero el sol ya se escondía detrás de las montañas, y aunque aquí en Alaska en estos meses no desaparece del todo, las temperaturas descienden de forma brusca cuando cae la “noche”. Eran las 21.00 y con mucho frió cocinamos un poco para reponer fuerzas y derretimos nieve para beber. Aquí también teníamos depósitos de comida y basura que tuvimos que desenterrar. Al partir por la mañana no habíamos decidido exactamente hasta donde llegaríamos. Llevábamos ya más de ocho horas caminando y estábamos cansados. Nos quedaban todavía unos once kilómetros de los cuales siete eran de suave descenso y los cuatro últimos de ascenso hasta el campo base. Una opción era dormir aquí y salir al día siguiente, pero al final optamos por seguir. El glaciar desde que nosotros entramos en el parque había perdido mucha calidad. Las elevadas temperaturas de los primeros días, junto con las nieves caídas los últimos, lo habían convertido en un laberinto de grietas a sortear. Las bajas temperaturas de la noche compactan la nieve, por lo que la navegación a estas horas es más segura. Así que a las once nos poníamos de nuevo en marcha y apretando los dientes comenzábamos nuestra última etapa en esta montaña. Esta fue especialmente dura, la calidad de la nieve era verdaderamente mala, costaba mucho evolucionar con los pulcas y la carga y las horas de marcha se empezaban a sentir en las piernas y las espaldas. El ruido de avalanchas nos acompañó durante esta última fase, irrumpiendo con violencia en el silencio de la noche glaciar. Con algunos sustos que no llegaron a mayores de meter algún pie en una grieta llegábamos a la base de lo que llaman “Heartbreak Hill”, “la cuesta rompecorazones”. Verdaderamente, el nombre es merecido pues después de todo, cuando ves lo alto que queda el campo base (300 metros de desnivel) y los largos que se van a hacer esos cuatro kilómetros, no solo se te rompe el corazón sino hasta el alma. Pero así es esto de las expediciones, una prueba de resistencia y de fortaleza, en la que hay que darlo todo hasta el final. Dicen que la cima no se consuma hasta que llegas al campo base, en este, caso el propio campo base, más que nunca, es una cima en si.
Finalmente después de más de doce horas de esfuerzo plantábamos nuestra tienda y a las dos de la madrugada del viernes nos disponíamos a descansar unas horas con la esperanza de poder volar al día siguiente. No fue una noche agradable, pues el sudor se nos enfriaba dentro de los sacos que acababan encharcados, pero ya daba todo igual, estábamos tan cerca de esa ansiada ducha caliente y la ropa limpia.
Una silla de lona y una chaqueta dejadas fuera por los Rangers nos hacían confiar en que estos esperaran buen tiempo y que definitivamente las avionetas pudieran volar. No es extraño en esta montaña tener que esperar durante varios días en el campo base por las inclemencias climatologicas.
Casi cuando parecía que estábamos conciliando el sueño, nos despertó una voz femenina, Lisa, la Ranger encargada del campo base, nos preguntaba desde fuera de la tienda si queríamos volar, nuestra compañía tenia una avioneta que aterrizaría en media hora. La alegría hizo que los mullidos cuerpos sacaran esa reserva y en un momento estaba todo de nuevo en las mochilas y encima de los pulcas, si, de nuevo todo a la espalda y en los trineos, porque en esta montaña interminable aun teníamos que subir una cuesta. Debido a la calidad de la nieve, cada vez peor, las avionetas necesitan mas recorrido para poder despegar. Así que de nuevo, mas de media hora de tirar de una carga mas pesada que nunca, pues habíamos desenterrado el deposito de comida dejado en el campo base en caso de estar aquí varios días. Finalmente, sobre las diez de la mañana, cargábamos todo a bordo, y sin problemas, Paúl, un experto y veterano piloto, despegaba y nos deleitamos con la maravillosa vista aérea de este imponente glaciar. Mientras sobrevolábamos Denali, las imágenes de esas nieves y de esas montañas, se mezclaban con la de los momentos vividos, días de esfuerzo y convivencia que quedaran para siempre en nuestra memoria.
El monte McKinley, Denali para los locales, ha supuesto un reto mayor de lo que esperábamos. El hecho de tener que acarrear todo hasta arriba por uno mismo, mas el desnivel de mas de 4000 metros a superar, le otorga una dureza extraordinaria. La climatología, que en esta montaña es uno de los factores determinantes, nos ha sido favorable, pero también, nos ha llevado a apostar por un ataque rápido, pues las previsiones eran poco esperanzadoras para los siguientes días, tal y como se confirmo. Esto nos llevo a un ataque rápido a cumbre, sin demasiada aclimatación, estrategia arriesgada y que se dejo sentir en uno de los integrantes, pero el tiempo mandaba.
Aterrizamos en Talkeetna y al llegar al hotel, tuvimos varios momentos de alegría. El primero fue coincidir con la expedición malagueña y confirmar que el accidente en la grieta no había supuesto más que un buen susto y unas costillas rotas en uno de los integrantes. La ansiada ducha fue el segundo momento de gozo y felicidad, después de doce días de sudores y pocos cambios de ropa, creer que hace falta.
Pero la mayor alegría de todas fue el momento de mirar el ordenador y leer las crónicas de nuestra aventura en la Web de Dynatech. Los mensajes de todos, familiares y amigos nos emocionaron, y los tres, leíamos casi con lagrimas en los ojos, lo que con sabia pluma Fran os había redactado y vuestros mensajes de apoyo. Aunque la tecnología no llega tan alta, seguro que de alguna forma ese empuje nos llego allí arriba y nos dio fuerzas en los momentos difíciles.
Desde aquí, queremos agradecer a todos los que han hecho posible esta aventura: Dynatech, como principal patrocinador, Autoescuela San Mateo de Monzón, al Patronato de Deportes de Monzón y a la Comarca del Cinca Medio.
Mandar también un especial agradecimiento a Francisco Lorente, “Fran” que de una forma tan extraordinaria os ha relatado nuestras vivencias. Al leerlo, nos parecía que hubiese estado aquí con nosotros. Gracias Fran, y gracias a todos por vuestros mensajes de apoyo. Como contaba Fran en una de sus crónicas: una expedición exitosa: vuelven todos, vuelven sanos y vuelven mas amigos. En este caso, nosotros añadimos un cuarto momento de éxito y celebración, la alegría verdadera de la expedición ha sido leeros y sentiros.
Desde Talkeetna, Alaska, un abrazo muy fuerte para todos de los Raules y Adrián”